Death Stranding 2: On the Beach no solo continuará el extraño viaje de Sam Porter Bridges por una Tierra fragmentada, sino que también plantea una pregunta clave sobre cómo deben vivirse los videojuegos: ¿deben todos los obstáculos ser obligatorios? En una decisión que sin duda causará debates intensos, Kojima Productions ha anunciado que en esta secuela será posible omitir combates contra jefes si el jugador falla repetidas veces.
Death Stranding 2 presenta un cambio muy grande en su jugablidad

Lo que a primera vista podría parecer una concesión para jugadores casuales, en realidad encierra una reflexión más compleja. Desde el primer juego, Death Stranding se ha desmarcado de la fórmula tradicional de los títulos de acción. Aquí no se trata de disparar primero ni de buscar el enfrentamiento, la experiencia ha girado en torno a la conexión, la entrega, la soledad y la perseverancia. Por eso, permitir que alguien salte una batalla no rompe con la filosofía del juego: la reafirma.
Pensemos en lo que representa una batalla con un jefe en cualquier videojuego: un clímax, una prueba, un obstáculo que pone a prueba las habilidades adquiridas. En Death Stranding, esas reglas están en constante cuestionamiento. Desde el inicio, se propuso un enfoque diferente al conflicto. Las armas eran no letales, las decisiones importaban más allá de la mecánica y la conexión con otras personas, incluso desconocidas, era el verdadero motor del progreso.
Por eso, esta nueva mecánica encaja de forma natural. El sistema permite que, tras varios intentos fallidos, el combate pueda ser omitido para continuar con la historia. No hay corte abrupto, no hay pantalla de “Game Over” definitiva. La narrativa sigue su curso, reforzando que lo central en esta experiencia no es la victoria a la fuerza, sino el viaje en sí.

No se trata de premiar la ineficiencia ni de reducir el valor del esfuerzo. Más bien, se abre un camino para quienes priorizan la historia sobre la destreza en el control. Para quienes, por diversas razones, no pueden o no desean lidiar con una mecánica que rompe su inmersión o sus emociones. No todo el mundo vive los videojuegos de la misma forma, y Death Stranding 2 lo entiende mejor que la mayoría.
Por otro lado, la implementación de esta opción tiene un fuerte componente estratégico. Se mantiene limitada a las dificultades más bajas, por lo que quienes buscan el reto completo seguirán teniendo que enfrentar cada encuentro con las herramientas a su alcance. Esto evita el riesgo de trivializar la experiencia y, al mismo tiempo, ofrece un espacio seguro para quienes buscan algo diferente.
La decisión también responde a una tendencia creciente en la industria: diseñar experiencias más inclusivas, sin comprometer la visión creativa. Títulos como Celeste, The Last of Us Part II o incluso Elden Ring han generado debates similares. El común denominador es claro: adaptar la dificultad no significa eliminar la intención, sino ampliarla.

Además, esta opción refuerza el carácter cinemático del juego. Saltarse una batalla no significa perder narrativa; al contrario, se sustituye por una secuencia que mantiene la continuidad emocional. Esto no solo ayuda a preservar el ritmo, sino que respeta el tono melancólico y reflexivo que ha definido la saga desde sus inicios.
Death Stranding 2 se perfila así como algo más que una secuela. Es una evolución del discurso original, una continuación lógica de un universo donde lo más importante no es matar, sino conectar. Las batallas seguirán ahí para quienes quieran enfrentarlas, pero su omisión no te convierte en un jugador inferior. Solo en uno que elige otro camino.
El título llegará a PlayStation 5 el 26 de junio de 2025, y todo apunta a que nos espera otra obra que desafía las convenciones. Porque, al final, Death Stranding nunca fue sobre ser el más fuerte, sino sobre encontrar sentido en medio del caos. Y eso, como todo en la vida, a veces también significa saber cuándo no pelear.
