Se reporta que Demon Slayer: Infinity Castle está saliendo de varios horarios y cines en China. Esto ocurre apenas unos días después de un debut de 19.2 millones de dólares. La decisión aparece en medio de un clima político tenso entre China y Japón. La tensión surgió tras las declaraciones de la primera ministra Sanae Takaichi sobre una posible intervención japonesa en un conflicto futuro en Taiwán. La coincidencia entre ambos hechos encendió alarmas dentro y fuera de la industria. ¿Por qué este caso se siente diferente? Aquí lo analizamos.
La política como filtro invisible en la distribución del anime

La distribución de anime en China siempre ha estado marcada por la política más que por la taquilla, y el caso de Demon Slayer lo confirma. Aunque una franquicia sea muy popular, su permanencia en cartelera depende de un “semáforo” político que puede cambiar de verde a rojo en horas. Esta fragilidad ya se notó con Mugen Train, que superó la censura pero vio afectada su proyección por conflictos con otras producciones extranjeras, mostrando lo volátil que es el proceso de aprobación en China.
Cuando una declaración de alto nivel como la de Takaichi sobre una posible intervención japonesa en Taiwán aparece, distribuidores y cines actúan con autocensura, retirando contenido japonés antes de que las autoridades lo pidan. En ese choque entre diplomacia y entretenimiento, la cultura pop japonesa y su “Soft Power” suelen ser las primeras víctimas de la tensión geopolítica.
Una taquilla poderosa que no basta para resistir la presión política

El estreno de Demon Slayer con 19.2 millones de dólares en su primer día muestra un gran entusiasmo del público chino por el anime de alto nivel. Esta cifra confirma que la audiencia puede separar el entretenimiento de las tensiones políticas. Sin embargo, la reducción de funciones evidencia que en China el deseo del público no es la fuerza dominante. Las decisiones finales las toman las distribuidoras y los organismos estatales que regulan el contenido extranjero.
Además, esta situación revela una conexión interesante. Aunque Demon Slayer abrió con fuerza, compite en un mercado donde producciones locales como Ne Zha 2 ya han alcanzado mil millones de dólares solo en China. La retirada parcial del filme termina beneficiando indirectamente a estos títulos nacionales, que cuentan con un impulso cultural y político a su favor.
El cine como campo de batalla en una Guerra Fría Cultural
Este caso no es un incidente aislado, sino un síntoma de una creciente Guerra Fría Cultural, donde el cine se usa como herramienta de presión política. La distribución de contenido extranjero en China está bajo un control estricto. Decisiones como la retirada de funciones envían un mensaje claro a la industria japonesa: el acceso al mercado más grande del mundo depende de la moderación política del gobierno que respalde esas producciones.
Si la suspensión se mantiene, podría afectar fuertemente la proyección internacional de Demon Slayer, ya que China es clave para alcanzar cifras históricas de taquilla. Sin la fuerza de ese mercado, la película tendrá más dificultades para competir con grandes hitos globales como Avatar o Avengers.

El Veredicto
La supuesta cancelación de funciones de Demon Slayer: Infinity Castle es, ante todo, un movimiento estratégico más que comercial. Los 19.2 millones de dólares recaudados en su debut confirman su potencial de gran éxito, pero la retirada revela una verdad incómoda: en un contexto de tensiones crecientes por Taiwán, el entretenimiento japonés vuelve a convertirse en una pieza dentro del tablero político. Al final, quienes pagan el precio son los fans, que ven interrumpida una experiencia por motivos ajenos al cine, y una industria japonesa que debe asumir que el destino de su taquilla global puede cambiar por la siguiente declaración geopolítica.
¿Crees que este tipo de medidas de «soft power» son efectivas para calmar las tensiones políticas o solo perjudican a los consumidores?